jueves, 31 de mayo de 2007

Entrevista Manolo Soto

La experiencia la justifican sin vacilación sus 86 años pero su bondad y saber estar lo demuestran su forma amable de hablar y su mirada clara. Viudo y sin hijos, Manolo Soto(Santander, 1921) no es la típica persona mayor entrañable y que cuenta grandes historias. Es mucho más. La persona que vaya donde vaya es respetada y querida simplemente por ser como es. Su mirada sincera y fija, su cara, que demuestra las horas pasadas bajo el sol en la playa del Sardinero, como buen santanderino jugando a las palas, deporte local donde es un mito y por el que tiene una placa con su nombre en la zona de juego de dicha playa. Además de todo, persona que vivió el incendio de Santander del 15 de febrero de 1941 y que conoció en sus inicios de una forma muy cercana. Hablando se expresa con comentarios peculiares y geniales que hacen dibujar en el que le escucha una sonrisa permanente. Con esa sonrisa y con la confianza de conocernos desde hace 20 años comenzamos a charlar.

Álvaro Rodríguez: ¿ Cómo era la situación en Santander en 1941?

Manolo Soto: Mala, la situación era mala porque la escasez era muy grande. Muy grande. Faltaba de todo. Desde la comida a los medios esenciales. El Plan Marshall que hizo los Estados Unidos para ayudar a los países europeos a nosotros no nos tocó nada porque éramos fascistas. Pero digo yo que ¡no todos éramos fascistas, coño!(ríe por el comentario)Mi mujer y yo no tuvimos cartilla de racionamiento hasta el año 1951.

AR: ¿ Donde estaba cuando comenzaron los problemas por el viento el 15 de febrero de 1941?

MS: Estaba con mi hermano, en el bar La Perla con unos amigos. Estaba en la Plaza del Pescao, cerca de la Catedral. Cuando salimos de allí en dirección hacia nuestra casa, me acuerdo que pasando por la calle del Obispo, que desde la Catedral da a la Calle Cádiz, teníamos que andar a gatas. Nos intentábamos levantar y el viento nos desplazaba varios metros hacia atrás.

AR: ¿Y su casa se encontraba cerca de donde comenzó el incendio, no?

MS: Si, muy cerca. A tres o cuatro edificios de distancia. La calle donde vivía, donde la Estacion de Autobuses, es contigua a la Calle Cádiz. Conocía a las señoras del piso donde comenzó el fuego, de la pensión. Eran un poco “limitadas”. Al encender el horno, que era de carbón, como todos en esa época y tener la chimenea muy sucia, llena de hollín, con el viento se inició un fuego increíble. La chimenea era como un soplete.

AR: ¿Entonces supongo que el fuego llegaría a su casa en algún momento?

MS: Si, bueno tuvimos suerte ya que mi casa no se encontraba en la dirección del viento, en la línea de fuego que se creó más adelante. Sin embargo un fuego comenzó en nuestro tejado, pero un vecino, jugándose la vida, porque yo no se como no se cayó con el viento que hacía, le consiguió apagar. Pero el fuego llegó con fuerza hasta justo la casa que estaba pegada a la mía, por un trozo de madera que llegó volando al tejado. Entonces llegó Rivero, que era un ingeniero que tenía una empresa de construcción, de las primeras que utilizaba hormigón armado(recuerda con gracia el logotipo de la empresa representado por una hormiga vestida como un militar con casco, lanza y escudo)y paró su furgoneta justo enfrente de nuestra casa. Rivero se dirigió a mi hermano y a mi para decirnos que la casa pegada a la nuestra, que ya estaba con el tejado en llamas, había que derribarla para que el fuego no avanzase, y que el sabía como hacerlo. Abrió su furgoneta y cogió varios cartuchos de dinamita y nos dijo que le acompañásemos al portal del edificio. Él subió más arriba y nosotros nos quedamos en el portal. Subía y bajaba poniendo los cartuchos de dinamita en sitios estratégicos. Cuando acabó, bajo corriendo y nos dijo: ¡Salir corriendo que esto va a explotar! En un momento, el edificio explotó y se derrumbó completamente hacia adentro. Las cuatro fachadas cayeron hacia adentro y el fuego se acabó. Fue impresionante, yo me quede pasmao.

AR: Todo un héroe el ingeniero.

MS: ¡Sin duda! Y luego cogió la furgoneta y se fue a otras calles para hacer lo mismo. Seguro que salvo muchas casas más. Y nunca he oído a nadie hablar de este hecho que yo viví, ni el ha sido nunca reconocido.

AR: ¿Y una vez salvada su casa que hicieron?

MS: Bueno, pues comenzamos a subir los objetos que habíamos sacado a la calle y como el fuego siguió otra dirección, hacia el norte, nos mantuvimos en casa sin saber muy bien lo que pasaba en el centro de la ciudad. A las personas que quedamos fuera de la zona incendiada no nos dejaban acceder para nada.

AR: ¿Tenía algún familiar o amigo dentro de la zona más afectada?

MS: Si, mi novia y posterior mujer, vivía en la calle Guevara, muy cerca del instituto Santa Clara. Ella y sus padres salieron de la casa con mucha previsión y cuando llegó un grupo de militares a su casa para desalojarles ellos ya se habían ido a casa de unos familiares. Ella lo perdió todo, todo, todo, todo. Perdieron todos sus objetos y todos sus recuerdos. Fue muy duro. Al poco tiempo se fueron a vivir a Madrid, de donde procedían, porque en Santander no les quedaba nada.

AR:¿Cómo reaccionó cuando vio toda la zona destruida?

MS: Era muy impactante. En los días siguientes no dejaban entrar en la zona pero un amigo y yo nos recorrimos todas las calles quemadas por fuera. Había muchísimos escombros, salían camiones llenos, con toneladas de escombros.

AR:¿Toda una suerte que solo muriese una persona?

MS: Si, por supuesto. Las vigas, maderas y tejas volaban incendiadas por el aire como si de hojas de papel se tratasen. Yo no se como no le dio a nadie en la cabeza, era muy peligroso. Mucha gente se jugo la vida en los tejados, el viento era tremendo y podía tirar a cualquiera. Además había mucho peligro de derrumbe de fachadas.

AR: ¿Qué pensaba en los meses posteriores a la catástrofe y como vivió la reconstrucción de la ciudad?¿Fue muy importante el alcalde Emilio Pino?

MS: Hombre, el alcalde hacía lo que podía. Era muy complicado, pero si, lo hicieron bien. La situación era extraña, mucha gente vivió en el hipódromo, en unas naves durante mucho tiempo. Estaba prohibido encender los fogones y había mucha precaución. La verdad es que se perdió Santander, su centro, la Plaza Vieja, que era donde se reunía la gente, la calle Blanca, la calle San Francisco...

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