miércoles, 30 de mayo de 2007

Cronica de la catástrofe


El día en Santander había comenzado con un viento racheado y frío de una fuerza demoledora. Los tranvías dejaron de circular y los barcos quedaban amarrados en el puerto, por la magnitud de la tempestad. A pesar de la fuerza del viento, ni el más veterano ciudadano podía imaginar la tragedia que ese feroz viento traería a la ciudad. Las olas rompían con fiereza sobre las piedras y maderos de las machinas y levantaban rociones de espuma sobre el muelle embarcadero. Los barcos menores empezaban a zozobrar atracadas en el puerto. La fuerza del mar era tal que la espuma de las olas llegaba a ventanas, miradores y balcones de las casas cercanas y no tan cercanas. Ese día de Febrero los peatones no podían transitar por el amplio Paseo Pereda y veían como árboles y escaparates eran destrozados por el viento, denominado ya de huracán, alcanzando rachas de 140 Km. por hora. Algo nunca visto en la ciudad. La situación empeoró cuando los anclajes que sujetaban los cables de la corriente eléctrica comenzaron a ceder y provocaban espectaculares latigazos en forma de descargas y chispazos. Poco después la ciudad ya se encontraba totalmente a oscuras.Poco después las calles permanecían vacías aunque el gran peligro no había hecho nada más que comenzar. Los bomberos y las autoridades ya habían tenido que atender varios avisos de fuego durante toda la jornada. Sin embargo, uno atraería, por su magnitud, la atención de mayor parte de los ciudadanos y de las autoridades. El número 20 de la Calle Cádiz era el protagonista y a pesar de que existían y aún existen varias versiones sobre el origen del fuego, por un circuito o por las brasas de un fogón en una pensión contigua al edificio, su magnitud aparco las preguntas y avanzó la acción. El fuego saltó sin dificultad al número 15 de Rúa Mayor y de ahí, alcanzó la ladera norte, la zona de Atarazanas. La dificultad era máxima por encontrarse el fuego de forma horizontal en lo más alto de los edificios y por la fuerza del viento, que hacia añicos los potentes chorros de agua. Se comenzó a ver la catástrofe como algo inevitable. El fuego pronto llegó a edificios de gran importancia para la ciudad como son la Catedral y el Palacio Episcopal. El fuego en la Catedral comenzó por la torre de campanas y se extendió con gran rapidez por todo el santuario. La caída de las grandes campanas de la Catedral, que se precipitaron al suelo con estruendo, parecía anunciar el paso infernal del fuego. El fuego se extendía con gran rapidez, llegaba a la Plaza Vieja y avanzaba hacia el Este, quemando la iglesia de la Anunciación, los almacenes de Pérez Molino y la redacción del diario Alerta. Las personas que se mostraron enseguida dispuestas a ayudar eran muchas y ayudaron a bomberos y soldados, jugándose la vida, a intentar sofocar el fuego de los tejados.Voluntariamente o bien incorporados a su paso, en la multitud de cadenas humanas que se formaban para pasar cubos de agua salada entre las llamas.Declarado el estado de guerra, se acordó que la Policía, Guardia Civil, Ejército y Bandera de Choque de Falange se encargasen de su cumplimiento. El caos y el derrumbamiento de los postes de las redes telegráficas y telefónicas, además del estado lamentable de las carreteras, además de la imposibilidad de que ningún tren llegase a la ciudad, hicieron que Santander se encontrase sola durante mucho tiempo, sin ninguna ayuda exterior. Ya de madrugada, Radio Londres informó que "Santander se quema" basándose en la información recibida por parte de un barco inglés que había pasado por Cabo Mayor, luchando con el temporal. El viento y la estructura de madera de la mayoría de los edificios hacía que el fuego se desplazase más rápido que los bomberos. Alguno de estos bomberos comentaba que a estas llamas impulsadas por el viento las llamaban "nevada de chispas". A pesar de esto, los pequeños fuegos fueron sofocados con éxito por los vecinos en calles como el Alta o María Cristina y los bomberos se pudieron concentrar en los principales focos, así como crear cortafuegos en edificios grandes como el teatro Coliseum y el instituto Santa Clara por el Norte o el edificio de Hacienda por el Este, que eran mojados de forma constante.La ciudad seguía aislada del resto de poblaciones y los bomberos de la ciudad se veían incapaces de, a pesar de los voluntarios, sofocar todos los focos de fuego. La mañana del domingo 16, Santander aparecía partida en dos por una línea ardiente, desde los muelles hasta la calle Tantín, donde se encuentra hoy el teatro Modesto Tapia. Esa misma mañana, a través de un mensaje SOS difundido por el barco Turia, atracado en los muelles de Maliaño y difundido antes por varios barcos, el mensaje llego a A Coruña. El Ministro de Gobernación giro despachos a todos los gobernadores próximos para que mandarán todos sus equipos de bomberos y de extinción disponibles a Santander. Además las radios de toda España, empezaron a difundir la noticia y comenzó el duro camino en forma de ayuda que debían recorrer muchas unidades de varias ciudades hacia la capital cantabra. Llegaron en un primer momento, bomberos y material de extinción de Torrelavega, Bilbao, San Sebastián, Burgos, Palencia, Valladolid, Oviedo, Gijón y Avilés. Las ayudas más destacadas fueron las venidas desde Madrid, Valladolid, Bilbao y San Sebastián que aportaron gran cantidad de material moderno, como bombas, automóviles- aljibes y gran cantidad de mangueras. De entre todos los hombres que lucharon aquellos fatídicos días, solo se tuvo que lamentar una víctima mortal. Un bombero de Madrid, a comienzos de Marzo, y que había estado ingresado en el hospital Marqués de Valdecilla, murió a causa de las heridas provocadas por el derrumbamiento de una fachada.
Cientos de santanderinos, acompañaron consternados y agradecidos el cadáver hasta la
estación del Norte.Por la cabeza de muchos de los santanderinos, sobre todo de los más veteranos, pasaron los momentos vividos aquel 3 de noviembre de 1893, cuando estalló la dinamita del Cabo Machichaco en el puerto de Santander, sobre todo recordado por los vecinos de la Calle Calderón de la Barca, cuya calle fue, esta vez también, pasto de las llamas. Los hoteles y posadas fueron muy importantes a la hora de acoger a la gente que se había quedado sin hogar, sobre todo los situados lejos de la zona de la catástrofe. La zona de las playas y turismo, se convirtió entonces en lugar de residencia improvisado para muchas familias, acogidos en el Hotel Sardinero de forma principal. Subidos en los tejados cercanos a la enorme hoguera, bomberos, soldados y voluntarios crearon una verdadera catarata de agua que freno el avance del fuego hacía el Oeste. A esto se
le añadió que por fin el viento comenzó a amainar en la noche del domingo y llegada la tarde del lunes se pudo pensar que el fuego estaba controlado, aunque en muchas calles el fuego resistió durante quince días.
El olor a quemado se expandió aquellos días por la capital cantabra, perdida, como si de un barco a la deriva se tratase. Sin embargo el santanderino no dejó que el barco zozobrase, sacó a flote la embarcación y consiguió que el olor a agua salada fuese el único protagonista, aún a día de hoy, en Santander.

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