El viento que amaneció aquella mañana en Santander, hizo sin duda que el ciudadano temiese por el simple hecho de salir a la calle, sin embargo salió. Esto como primer paso para afrontar las fatídicas horas que se vivirían en la ciudad. Las infraestructuras y medios de la época, como se puede pensar, hacía que el fuego, que se comía la ciudad, avanzase con paso firme. El mayor obstáculo que se encontraron las llamas fue el propio santanderino. Desde el bombero, hasta el señor de ya 70 años, ayudaban y sofocaban el fuego poniendo todo su empeño. Fuerzas minadas por la visión del panorama que presentaba la ciudad. Supongo que después de una Guerra Civil, el pueblo santanderino estaba más unido que nunca, o que como se puede observar hoy en día una catástrofe une y propaga la solidaridad entre semejantes, que menos mal. Los Gobernantes huyen de estos sucesos, se limpian las manos y se dedican a dar el pésame a los familiares y funerales de Estado. George Bush fue muy criticado con el desastre del Katrina en Nueva Orleáns, ya que sus ciudadanos se sintieron solos ante la tragedia. Sin embargo el alcalde por aquel entonces de Santander, Emilio Pino y el gobernador Carlos Ruiz reaccionaron y mostraron un gran interés por salvar la ciudad y llevar a cabo su reconstrucción. El ciudadano salvo a la ciudad pero los únicos que la podían reconstruir era el gobierno. Ese podía ser el otro temor del santanderino, como quedaría la ciudad después de la tragedia. Fácil es quedarse de brazos cruzados viendo como los ciudadanos a los que representas se dejan el alma para salvar a sus familiares y amigos. Pero no hay persona con corazón, que deje que una ciudad y su población quede destrozada, por un fuego que acabo con lo que la guerra no pudo acabar. La nueva ciudad se levantó, con su misma gente, con su mismo mar de fondo, y consiguió colocarse por detrás de las grandes Madrid y Cataluña en cuanto al PIB lo que dice mucho de sus trabajadores y de su potente industria. La ciudad no estaba acabada ni nadie dejó que se acabase. Una ciudad con esas playas y en pleno apogeo del turismo era una ciudad de trabajadores, reforzada por el apoyo de los grandes mandatarios que veían en Santander como una gran ciudad para el turismo extranjero y el suyo propio. Denominada la playa de Castilla por el propio Franco, era muy valorada por el régimen y aunque suene triste, gracias al incendio, se dieron cuenta de que Santander tenía uno de los más grandes deficits de vivienda del país, agravado además por la catástrofe. El régimen asumió la reconstrucción de la ciudad y no se escatimaron gastos para demostrar la fuerza y el buen hacer del régimen. Parece fácil pensar que el valor de las ciudades varía y depende sobre todo de los intereses tanto económicos como de prestigio que tenga un gobierno o un presidente. Muchos gobiernos olvidan que detrás de cada ciudad y de cada país hay personas, personas sin las que ellos no serían nada y por las que sus ciudades se mantienen en pie. Santander resistió gracias a sus ciudadanos, acabó con el fuego gracias a la ayuda exterior y se levantó gracias a un buen plan de actuación y a un régimen al que no le interesaba perder Santander con lo poco que le costó ganarla.
miércoles, 30 de mayo de 2007
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